La importancia de la lectura en el mundo moderno

Si ya lo decía mi profesor de mates en el cole. Si es que no lees, Silvia, es que no lees.

Reservé un vuelo de Swiss Air Shanghai-Zurich-Madrid para el domingo, porque aunque me hubiera gustado no volver hasta después de las olimpiadas, una tiene que trabajar (pero esta es otra historia). Así que mis amigüitos me llevaron, muy amablemente, al aeropuerto y salí hacia Suiza como a las ocho de la tarde de un día radiante y caluroso de inmenso cielo azul. Aterrizamos en Zurich sobre las nueve y media, me dirigí al mostrador de escalas con la mosca detrás de la oreja. Me acababa de dar cuenta de que en mi billete ponía 12:55, no 00:55. El seco señor suizo que había detrás del mostrador me confirmo mis sospechas, mi vuelo no salia hasta el día siguiente. Cuando le pregunté si había un hotel cerca del aeropuerto donde pudiera dormir me dijo: "La puerta de salida a Zurich está bajando esas escaleras y la terminal principal permanece abierta toda la noche".

Fantástico, acababa de añadir a los suizos, junto con los noruegos y los franceses, a la lista de nacionalidades más desagradables y bordes sobre la faz de la tierra. Y no era el mejor momento para enterarse de semejante detalle. Di vueltas por el aeropuerto buscando un cajero automático antes de aventurarme a la bella y fría suiza en mi vestidito veraniego, ¡¡pero no encontré ni uno!! Decidí que mejor que aventurarme entre suizos alemanes sin dinero a pasar frío, me iba a quedar allí bajo la enorme cristalera del aeropuerto de Zurich, mirando el cielo y los aviones hasta que saliera mi vuelo.

Lo cierto es que no era la única en esa situación y me tumbé en uno de los largos y acolchados bancos de la terminal principal con todos mis trastos a dormitar (bueno, eso los demás, yo a dormir como un osito, que cada uno duerme como lo que es). A la mañana siguiente, cogí mi maldito avión sin problemas y con la delegación olímpica suiza (que raro... si las olimpiadas son en Pekin.... ¿por qué no cogen un vuelo directo?). La duración estimada del vuelo era de diez horas y allí que me acomodé yo en mi asiento al lado de una tenista.

Una película, medio libro, un par de periódicos y un suplemento dominical después, mirando el sistema de entretenimiento personalizado fantñastico de Swiss Air, vi un mapamundi con un punto blanco señalando nuestro destino. Uy, que al norte queda Shangai, que mapa más raro. Cuando aparecieron los letreritos que indicaban las ciudades señaladas en el mapa me dí cuenta de por qué Shangai estaba de repente tan al norte. Porque era Pekin.

A las cinco de la mañana, después de 3740925093485 horas de viaje, aterrizamos en Pekin y tuvimos que pasar el control de pasaportes ya que las autoridades chinas obligan a que este trámite se realice en la primera ciudad que pisa el avión (incluso para la tripulación). Una hora y media después estaba despegando en el A340 que me había traído de Suiza con otros cinco pasajeros a bordo dirección Shangai.

El por qué Swiss Air decidió que comentarles a sus pasajeros con destino Shangai que durante las olimpiadas sus vuelos iban a hacer escala en Pekin no era una buena idea, no lo acabo de tener claro.

Quizá si me hubiera dado por calcular el número de horas de vuelo que ponía en mi billete me hubiera dado cuenta de que no es posible salir de Madrid a las ocho de la tarde de un día y llegar a Shangai a las nueve de la mañana del día siguiente.

Quizá mi profesor de mates (y mi madre), tenían razón. Es que no lees, Silvia.